Yo no sé, mira, es terrible
cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón
con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas
uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco
de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos
apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se
cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra
con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa,
y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí
mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose
y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas,
redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.
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