De nuevo me encuentro con aquellos que creen en mí más que yo mismo. Siento que depositan en mí toda su fé, esperando un milagro microscópico quizá, algo que no hará del mundo un lugar mejor, cosquillas en el telar del universo.
Soy Atlas llevándolos a ellos a mis espaldas, soy Sísifo tropezando y cayendo cuesta abajo aplastado por sus esperanzas, por las mías.
El faro se ha apagado, o eso es lo que quiero ver. Sigue oculto allí entre la niebla, siempre hacia el norte, hacia mi rumbo, empotrado en su lecho de roca inamovible, una meta que mis propios fantasmas desdibujan y opacan.
¿Dónde quedó la inocencia? ¿Quién me arrebató la ingenuidad y la genialidad?
En ocasiones despierto temprano en la mañana, justo antes que canten las aves citadinas, Mercurio y Venus preceden la alborada. El Severo Trastorno del Sueño me esclaviza entre el REM y la vigilia, donde el yo inconsciente aún rige la mente, donde no hay miedos ni preocupaciones, libero a Sísifo, que se encarguen elefantes y tortugas vetustas gigantes de la Tierra, con el despuntar del sol veo el reflejo dorado de destino, mi rumbo, mi norte perdido.
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