Hoy descubrí que Vargas Llosa conoció a Cortázar en París, antes de la publicación de la Rayuela. En el preámbulo que hace a la obra de este tío de Bruselas, argentino de corazón, revela un aspecto que no había visto desde esta óptica: el juego. La escritura como un juego, el papel como el salón de recreo atemporal, y como la cotidianidad es el caldo primigéneo para crear mundos ficticios, realidades fantásticas.
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