Desperté, y estaban allí. No podía creerlo, era ilógico, era un cambio absurdo en el orden de las cosas, era como verlos tres años atrás, él era de nuevo pequeño y no caminaba, y tú, simplemente sonreías. Habían venido por mí, algo me dificultaba aceptarlo, el sentido común me decía que las cosas no cambiaban de la noche a la mañana. Todo estaba en colores tenues, pero no importaba con tal de verte allí, tomar el desayuno juntos, bromear, reír.
El segundo despertar se pareció un poco más a las últimas cuatro mañanas, con la de hoy cinco resignaciones, entender que una corriente inexorable me arrastra lejos de tu orilla, cada día más y más. Yo solo trato de mantenerme a flote, esperando un gesto, una señal, un soplo tuyo, una ola me lleve de vuelta a ti.
La espera, la desidia, la melancolía son parásitos que se posan sobre mi pecho, no tienen prisa, abren una pequeña herida y dejan brotar gota a gota toda fuerza para seguir intentándolo. Eventualmente lo habrán tomado todo, me ahogaré en el mar de tu olvido.